30 de marzo de 2009

Ojo a la mata que mata (Segunda parte)








Por Koestler

 

Ojo a la mata que mata  (Segunda parte)

En el anterior post señalamos cómo la política antidrogas nacional e internacional se empeña en seguir caminos trillados.  Desde el punto de vista del conocimiento podría considerarse que los gestores tratan de mantenerse en un terreno que les da aparente seguridad en tanto se trata de puntos de vista aceptados oficialmente, y que a sus mentes rutinarias les brinda el cobijo necesario para “seguir siendo”, así su pensamiento sea miope.

Dicha consideración puede aceptarse como válida para sus intereses.  ―Pero no verdadera―.  Ahora bien, no deja igualmente de ser sospechoso que tal criterio brinda otras oportunidades a sus promotores.  De negocios, de extensión del poder. En cuanto a lo primero, porque ello está relacionado, desde sus comienzos, con la venta de armamentos, equipos de comunicaciones, suministro de implementos, etcétera.   Y ahora, porque lleva aparejada la prestación de asesorías de combate, lobbies nacionales e internacionales, todos los cuales brindan pingües ganancias. En lo segundo, es decir, la extensión del poder, es un ejercicio que se multiplica con la fuerza del efecto de la bola de nieve. Pero ello merece un punto aparte.


Cuando nuestros sátrapas criollos insisten en combatir sin tregua la producción de drogas, especialmente in situ mediante la eliminación de cultivos de coca, marihuana y amapola, caen en una contradicción insoluble. Y, de paso, ponen de manifiesto su verdadero análisis. Veamos por qué. En primer lugar, porque simplemente ejecutan una política vasallesca, que nace de una imposición foránea de la que, no hay que dudarlo, también se benefician los agentes locales. La coca existió por miles de años sin causar daño a la sociedad.... hasta cuando ingresaron o se produjeron los procesos industriales y, en nuestro caso colombiano, además a partir de la presencia de la “colaboración” de la Alianza para el Progreso.  En otras palabras, sin agentes químicos no existiría el uso clorhidrato de cocaína como alucinógeno de la coca altamente concentrado o igualmente eficiente en el opio. También sin la presencia política, gestora y organizadora de los agentes norteamericanos del progreso, quienes montaron los negocios de la marihuana y la coca en Colombia.


Entonces, ¿será imposible pensar que el problema no está aquí sino principalmente en los países productores de precursores químicos y en los países consumidores?  ¿No son acaso más culpables ellos por enviar al mercado insumos sin el control debido para que  se haga un uso inadecuado?   El quid del asunto recae en este aspecto. La responsabilidad principal e histórica corresponde a quienes producen los insumos o elementos indispensables para la extracción de los alucinógenos.

Esto en lo atinente a la producción de ciertos alucinógenos. Aún queda algo más por ver. En primer lugar, lo referente a drogas blandas, que no son precisamente el alcohol o el cigarrillo.  Entre las cuales se halla, aunque lo oculten: la marihuana. Estudios de prestigiosos centros investigativos de varios países del mundo hace más de cuarenta años tienen claro que es más dañino una cerveza que un cacho de marihuana, o que causa mayores estragos un cigarrillo.  Es, pues, una droga inocua si se la compara con otras que son de gran aceptación social y estatal, como el aguardiente, ron, brandy, cerveza y los famosos cigarrillos de cualquier denominación. Indudablemente contra la marihuana existen muchas prevenciones históricamente heredadas, como lo fueron en algún momento ciertos alimentos. Por ejemplo, el amaranto, al que hoy se le reconoce como el que puede salvar al mundo del hambre.  Dicho alimento estuvo al borde de la extinción por ―adivinen― ser usado por los indios en ceremonias religiosas.

No deja de ser irónico que mientras nuestros cipayos nacionales persiguen la marihuana por mar, aire y tierra, y convierten en delincuentes a sus productores, en los Estados Unidos de Norteamérica es el mayor cultivo agrícola, superior al del maíz, el cual descendió a un segundo nivel de importancia en la agricultura de nuestro amado coloso del norte. Tarjetas de crédito, créditos bancarios y protecciones ambientales y legales se confabulan para tutelar tal renglón productivo.... en los Estados Unidos de Norteamérica, claro está. Y ahora, se promueve no sólo su legalización, sino la inclusión en el sistema productivo para recoger impuestos. Mientras, en la bien amada tierra de los locombianos seguimos en Babia. Lo que aquí es combustible para el terrorismo, en los EEUU es una actividad cuasi legal. Con algunas triquiñuelas legales, como es permitir su cultivo en unos Estados y no su consumo, mientras en otros al contrario, facilitan su consumo pero no su producción. ¿Por qué aquí no opera la Goldencard?   Pero en los Estados Unidos de Norteamérica sí ha operado, no para comprar productos legales sino marihuana.



Casi como colofón para este aspecto de la marihuana, mientras en Colombia se recomienda el glifosato para fumigar los cultivos y hasta como producto para el aseo personal ―eso lo han hecho nuestros inefables comandantes y demás caterva de dirigentes que se dejan aspersar una vez, claro está, para engañar a los tontos― en Norteamérica no permiten el empleo del glifosato porque tienen claro que arruinan las aguas y los suelos, no sólo de donde se fumiga, sino de otras grandes áreas por la proliferación de hongos como el fusarium que contaminan en forma irremediable la tierra. Para los inquietos, les recomiendo que averigüen por qué en Canadá no se permite el empleo del glifosato, bajo varias marcas comerciales como Roundoup, etcétera.  

Fin de la segunda parte.  Continuará.