26 de mayo de 2009

Anthony de Mello, una visión rápida...

Algunos lectores pidieron más información sobre el padre Anthony de Mello. Con gusto adjuntamos una pequeña biografía, tomada de www.lailuminacion.com/.




Anthony de Mello

1931 - 1987

Anthony de Mello es un personaje inclasificable -pero que irá encontrando su lugar con el transcurso del tiempo. Nacido en India en 1931, y fallecido en Nuewa York en 1987 -dónde estaba imparetiendo un curso-, se formó como sacerdote jesuita en su India natal, para pasar a abrir un centro de orientación pastoral en Lonavla, al mismo tiempo que escribía su primer libro sobre meditación y ejercicios espirituales.

De mente inquieta y casi revolucionaria, De Mello prosiguió su formación personal interesándose por diversas tradiciones religiosas asiáticas y del Medio Oriente. Captó enseguida que los cuentos y los pequeños relatos -nacidos en la profunda noche de los tiempos, como una forma de transmisión de enseñanzas-, seguían siendo tan útiles y necesarios hoy en día como lo habían sido siempre. Es por ello que muchos de los libros que siguió escribiendo De Mello fueron una recopilación y adaptación de estas enseñanzas de origen sufí y zen, relatos del medio oriente, dichos y hechos que aparecen en las leyendas hindúes, y también de las mismas enseñanzas cristianas y judías.

El común denominador entre todos estos cuentos breves -generalmente de una sola página- es su cualidad paradójica. Con ello, Toni pretendía ofrecer un revulsivo a las personas que sentían un interés en la espiritualidad, pero que tenían las mentes adormecidas: consciente del embotamiento que había producido en el cristianismo occidental décadas de formalismo moral y doctrinal, sabía que para que la fuente de los prodigios brotara de nuevo hacía falta remover los rescoldos del fondo del pozo. Y este es el efecto que producen sus narraciones: una confusión paradójica que apunta a un despertar.

Tarde o temprano estas enseñanzas tradicionales -y revolucionarias- encontraron sus detractores, que acusaron a De Mello de olvidar el aspecto formal de la religión cristiana para lanzarse a una exploración sin límites que diluía las enseñanzas de unas y otras religiones. Algo de cierto habrá en ello, pues algunos cuentos apuntan a un lugar que va más allá de la doctrina: abren un espacio al misticismo, en el que encuentran su fuente diversas tradiciones espirituales. Aun así, y quizás por este motivo, la aceptación popular de sus libros ha sido más que fenomenal: han sido traducidos a más de 40 idiomas de todo el mundo, y muchas personas -cristianas o agnósticas-, han reconocido que Anthony de Mello tendió un puente espiritual entre oriente y occidente -un puente que tiene circulación en ambos sentidos.

LIBROS

El canto del pájaro
Esta es la primera recopilación de cuentos que llevó a cabo Toni de Mello. Son unas breves enseñanzas espirituales, de corte paradójico, recogidas en oriente y que ya se han convertido en un clásico en el mundo occidental (¡han sido traducidas a 40 idiomas!).

La oración de la rana I
Sorprendente colección de cuentos de temática espiritual, recopilados en oriente y en occidente, tanto modernos como antiguos. Es una continuación de otros libros compilados por el autor, pero con relatos un poco más extensos y organizados en temáticas: oración, gracia, ego, verdad…

La oración de la rana (2)
Último libro de la serie de relatos breves sobre enseñanzas espirituales. Quizás una de las mejores compilaciones de esta colección, con pequeños cuentos claros, diáfanos y sorprendentes. Las secciones están dedicadas a las siguientes temáticas: educación, autoridad, espiritualidad, naturaleza humana, relaciones, servicio e iluminación.

¿Quién puede hacer que amanezca? Un minuto de sabiduría
Uno de los libros más ingeniosos, breves y luminosos del autor. Compuesto de relatos cortos encaminados al despertar espiritual -y para el deleite del ingenio del lector.

Un minuto para el absurdo
Este es la última entrega de la serie de relatos de corte espiritual que escribió De Mello. En cierta manera son la apoteosis de la esencia de estas enseñanzas, dirigidas al despertar a través de pequeños cuentos que nos sorprenden desde el contrasentido y su aparente 'absurdo'.

25 de mayo de 2009

LA IMPORTANCIA DE ENTENDERNOS...

El problema de las comunicaciones es más complejo de lo que se piensa a primera vista.Algunos creemos entender el mensaje de los otros y terminamos aceptando lo que no deseamos. O, lo que es más paradójico aún: creemos estar de acuerdo cuando en el fondo estamos en total oposición.

Las comunicaciones modernas, en muchos casos, más que pretender decir la verdad se empecinan en ocultar a los receptores un mensaje para que acepten el contrario, o, manipularlos a su acomodo, según sus intereses. Los ejemplos actuales sobran tanto en nuestro país como en el mundo entero.

Damos a la publicidad un texto del padre Anthony de Mello (sacerdote jesuita, ya fallecido) como ejemplo de lo anteriormente señalado. A la vez, esperamos que sea un abrebocas para que los visitantes del blog se preocupen por conocerlo. Existen ediciones escritas y en formato digital; estas últimas, en algunos casos ediciones gratuitas.


Si algunos lectores lo desean, les enviaremos el texto completo del libro. Comunicarse con nuestra dirección anotada al comienzo y al final de la página.

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El gran debate teológico

Hace muchos años, allá por la Edad Media, los consejeros del Papa recomendaron a éste que desterrara a los judíos de Roma. Según ellos, resultaba indecoroso que aquellas personas vivieran tan ricamente en el corazón mismo del mundo católico. Así pues, se redactó y fue promulgado un edicto de expulsión, para general consternación de los judíos, que sabían que, dondequiera que fuesen, no podían esperar un trato mejor que el que les obligaba a salir de Roma. De manera que suplicaron al Papa que reconsiderara su decisión. El Papa, que era un hombre ecuánime, les hizo una propuesta un tanto arriesgada: debían elegir a alguien para que discutiera el asunto con él mismo en público y, si salía victorioso del debate, los judíos podrían quedarse.

Los judíos se reunieron a considerar la propuesta. Rechazarla significaba la expulsión. Aceptarla significaba exponerse a una derrota segura, porque ¿quién iba a vencer en un debate en el que el Papa era juez y parte a la vez? Sin embargo, no había más remedio que aceptar. Ahora bien, resultaba imposible encontrar a un voluntario dispuesto a debatir con el Papa: la responsabilidad de cargar sobre sus hombros con el destino de los judíos era más de lo que cualquier hombre podía soportar.

Pero, cuando el portero de la sinagoga se dio cuenta de lo que ocurría, se presentó ante el Gran Rabino y se ofreció como voluntario para representar a su pueblo en el debate. “¿El portero?”, exclamaron los demás rabinos cuando lo supieron. “¡Imposible!”.

Está bien”, dijo el Gran Rabino, “ninguno de nosotros está dispuesto a hacerlo; de manera que, o lo hace el portero o no hay debate”. Y así, a falta de otra persona, se designó al portero para que celebrara el debate con el Papa.

Llegado el gran día, el Papa se sentó en un trono en la plaza de San Pedro, rodeado de sus cardenales y en presencia de una multitud de obispos, sacerdotes y fieles. Al poco tiempo llegó la pequeña comitiva de delegados judíos, con sus negros ropajes y sus largas barbas, rodeando al portero de la sinagoga.

Quedaron el uno frente al otro, y el debate comenzó. El Papa alzó solemnemente un dedo hacia el cielo y trazó un amplio arco en el aire. Inmediatamente, el portero señaló con énfasis hacia el suelo. El Papa pareció quedar desconcertado. Entonces volvió a alzar su dedo con mayor solemnidad aún y lo mantuvo firmemente ante el rostro del portero. Este, a su vez, alzó inmediatamente tres dedos y los mantuvo con la misma firmeza frente al Papa, el cual pareció asombrarse de aquel gesto. Entonces el Papa deslizó una de sus manos entre sus ropajes y extrajo una manzana. El portero, por su parte, sin pensarlo dos veces, introdujo su mano en una bolsa de papel que llevaba consigo y sacó de ella una delgada torta de pan. Entonces el Papa exclamó con voz potente: “¡El representante judío ha ganado el debate! Queda revocado, pues, el edicto”.

Los dirigentes judíos rodearon inmediatamente al portero y se lo llevaron, mientras los cardenales se apiñaban atónitos en torno al Papa. “¿Qué ha sucedido, Santidad?”, le preguntaron. “Nos ha sido imposible seguir el rapidísimo toma y daca del debate...” El Papa se enjugó el sudor de su frente y dijo: “Ese hombre es un brillante teólogo y un maestro del debate.

Yo comencé señalando con un gesto de mi mano la bóveda celeste, como dando a entender que el universo entero pertenece a Dios; y él señaló hacia abajo con su dedo, recordándome que hay un lugar llamado "infierno" donde el demonio es el único soberano. Entonces alcé yo un dedo para indicar que Dios es uno. ¡Imagínense mi sorpresa cuando le vi alzar a él tres dedos indicando que ese Dios uno se manifiesta por igual en tres personas, suscribiendo con ello nuestra propia doctrina sobre la Trinidad! Sabiendo que no podría vencer a ese genio de la teología, intenté, por último, desviar el debate hacia otro terreno, y para ello saqué una manzana, dando a entender que, según los más modernos descubrimientos, la tierra es redonda. Pero, al instante, él sacó una torta de pan ázimo para recordarme que, de acuerdo con la Biblia, la tierra es plana. De manera que no he tenido más remedio que reconocer su victoria...”.

Para entonces, los judíos habían llegado ya a su sinagoga. “¿Qué es lo que ha ocurrido?”, le preguntaron perplejos al portero, el cual daba muestras de estar indignado. “¡Todo ha sido un montón de tonterías!”, respondió. “Veréis: primero, el Papa hizo un gesto con su mano como para indicar que todos los judíos teníamos que salir de Roma. De modo que yo señalé con el dedo hacia abajo para darle a entender con toda claridad que no pensábamos movernos. Entonces él me apunta amenazadoramente con un dedo como diciéndome: "¡No te me pongas chulo!" Y yo le señalo a él con tres dedos para decirle que él era tres veces mas chulo que nosotros, por haber ordenado arbitrariamente que saliéramos de Roma. Entonces veo que él saca su almuerzo, y yo saco el mío”.

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