22 de marzo de 2013

Entre hormonas, tontotes, pederastotes y tetonas brutonas...




Tomado de Elespectador.com  21 marzo 2013
Francisco, Evo, Natalia y la invasión gay



Por Jorge Gómez Pinilla


No se entiende por qué todavía no se ha aislado a los gays en campos de concentración para que dejen de hacerle daño a la humanidad.

Aunque usted no lo crea, hay algo en lo cual se identifican el Papa Francisco, Natalia París y el presidente de Bolivia, Evo Morales.


 Comencemos por la modelo y empresaria, quien imbuida por un arrebato de erudición científica alertó al mundo sobre los peligros que representa comer pollo, basada según ella en que a las aves les inyectan hormonas femeninas y “por eso los niños que están comiendo pollos de esos se están empezando a volver homosexuales”.


Sorprende en el video la autoridad con la que expone su tesis ante un grupo de clientes de un centro comercial que fueron allá para llevarse una postal autografiada de Natalia semidesnuda, pero salieron instruidos sobre las dañinas consecuencias del pollo en la orientación sexual de nuestras muchachas y muchachos.


 El asunto sería baladí si no fuera porque un presidente en apariencia progresista de un país al sur del continente, exactamente tres años atrás, el 17 de marzo de 2010, en una conferencia mundial sobre el cambio climático, había coincidido con la modelo: “el pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres".

 Ese mismo mes y año, en marzo de 2010, Jorge Mario Bergoglio en calidad de arzobispo de Buenos Aires se oponía al matrimonio gay tildándolo de “una movida del padre de la mentira (o sea del demonio) que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios".


Reconociendo de antemano que los tres (Evo, Natalia, Francisco) están equivocados de buena fe, es conveniente desnudar el trasfondo maniqueo que los emparenta en su visión del homosexualismo como una aberración de la naturaleza, entendida aberración como todo “acto o conducta que se aparta de lo aceptado como lícito”.


 A Natalia le preocupa que a los pollos les estén inoculando el virus de una enfermedad, que hace que quienes los consumen se vuelvan maricas. Se podría pensar entonces que quizá fue que el día anterior vio la película Invasión, en la que Nicole Kidman encarna a una psiquiatra que descubre la propagación de un virus que acaba con las emociones humanas, y quedó tan impresionada que pensó que algo parecido estaba ocurriendo con la gente que consume pollos, y se sintió tan identificada con la actriz australiana que se creyó en la obligación de alertar al planeta sobre los efectos de tan terrible epidemia…


 A sabiendas del riesgo de que se me identifique como un miembro de la comunidad gay (que no lo soy), es importante y urgente salir en su defensa, sobre todo cuando uno descubre horrorizado que la religión, la política (¡de izquierda!) y la farándula hacen causa común en tamaño exabrupto, como es creer que el homosexualismo se puede contagiar como una enfermedad o, peor aún, que los gays son un instrumento de Satanás para “confundir y engañar a los hijos de Dios”.


 Si ello fuera cierto, no se entiende por qué todavía no se les ha aislado en campos de concentración, como hicieron los nazis con los judíos, para que dejen de hacerle tanto daño a la humanidad  y los que sí somos “normales” podamos librarnos de tan peligroso contacto.


 Lo que no han entendido los homofóbicos –y se niegan a entenderlo porque odian la diferencia- es que un gay no elige serlo ni es contagiado de ninguna perversión, sino que nace así, como parte de su constitución biológica, del mismo modo que un blanco o un albino no eligen el color de su piel. Tengo dos amigas que son pareja, y se aman con un amor tan tierno y puro que envidiaría cualquier heterosexual, y dicen que desde que se conocieron (siendo muy niñas) supieron que iban a ser la una para la otra, y de ellas no sólo estoy seguro de que también son hijas de Dios, sino de que su amor sólo terminará “cuando la muerte las separe”.


 Llegará el día en que la Iglesia Católica sea consciente de su error y les pida perdón a los homosexuales por tan dañina discriminación a lo largo de los siglos, pero sobre todo porque, habiendo entre sus miembros tantísimos obispos y sacerdotes pederastas (estos sí pervertidos), no han aplicado el refrán según el cual “el que tenga rabo de paja, no se arrime a la candela”.


 Mientras tanto, y volviendo a la batahola que armó Natalia París con su erudita visión del tema, rematemos con esta divertida copla que al calor de la discusión compuso el periodista y abogado santandereano Gerardo Martínez:



“Comer pollo con hormonas

hace daño y yo celebro

que a las modelos buenonas

incluso las vuelve monas

y les atrofia el cerebro”.

@Jorgomezpinilla

19 de marzo de 2013


NOTA: Como todos andamos locos porque nos laven los cesos y nos den ilusiones, como la del papa argentino, que nos lo quieren embutir como morcilla en el alma como un Cristo revivido, ahí les dejamos esta nota --una sola-- para no aburrirlos con tantas sobre el pasado de tal "santo". Koestler



Tomado de Elespectador.com

Opinión |18 Mar 2013 - 11:00 pm

Cristina de la Torre

Francisco, ¿la misma barca?

Por: Cristina de la Torre





El papa que hoy asume sucita más incertidumbres que certezas: salvo su condena sin atenuantes del matrimonio igualitario, el aborto, la eutanasia y el uso del condón, todo en él denota aún misterio, contradicción, ambigüedad.



Dijo el sábado que la suya sería iglesia pobre para los pobres. Pero episodios de su pasado indican lo contrario. Lo grita su silencio (o complacencia) como provincial de los jesuitas en Buenos Aires con el dictador que asesinaba a miles de argentinos por reivindicar a los pobres. Imitaba así Bergoglio la costumbre papal de abrazar tiranos. No se sabe, pues, si sus exhibiciones de humildad sean recurso prestado a la publicidad para presentarse en sociedad, o entrega ciega del corazón y los haberes al hermano hambriento. Como la practicó Francisco de Asís. ¿Prefiere Bergoglio lavar la cara —o los pies— de la miseria para no tener que cambiar la sociedad que la produce, al tenor del Vaticano II? Su crítica a los excesos de la economía liberal ¿bebe en aquella fuente social democrática, o se emparenta con la descalificación antimoderna de la democracia liberal, que al lefebvrismo del Vaticano se le antoja “demonio redivivo”? Contrario a las corrientes de avanzada dentro de la Iglesia y enemigo activo de la teología de la liberación, acaso este heredero de Wojtyla y Ratzinger piense, como nuestro monseñor Builes, promotor de la Violencia, que el liberalismo es pecado. O como monseñor Ordóñez, que también el Estado laico lo es.
Mientras el general Videla exterminaba en la Argentina a liberales y socialistas, Bergoglio ejecutaba allí la contrarreforma de Juan Pablo a la orientación social que Juan XXIII le había dado a la Iglesia. A menudo confluyeron sotanas y bayonetas en la celada contra sacerdotes que asumían su apostolado como opción preferencial por los pobres. Es la hora en que el tonsurado porteño no ha explicado a satisfacción si Orlando Yorio y Francisco Jalics, curas de su comunidad que hacían trabajo social en barrios marginales, cayeron en manos de la Junta Militar por indiferencia de Bergoglio o porque éste los acusó. Lo que sí se supo es que la iglesia argentina, la más retardataria del orbe, colaboró sin pudor con la dictadura y no estuvo Bergoglio entre los pocos obispos que denunciaron esta alianza. Es que la siniestra Escuela Superior Mecánica de la Armada (ESMA) torturaba y desaparecía a sus víctimas en la finca de recreo del arzobispo de la capital. Propiedad eclesiástica convertida en campo de concentración. Aún hoy campea en ese país la idea de que el golpe de 1976 fue a la vez militar, político y clerical.
De atrás viene esta fascinación por los dictadores. Se conocen de autos los concordatos suscritos por Pío XI y Mussolini, y por Pío XII y Hitler en 1933. Ya Pacelli había suscrito, como vocero del Vaticano, otro tratado con Dollfus, dictador de la entonces Austria fascista. Al canto de Pío XII medraría monseñor Escrivá, fundador del Opus Dei, aliado de Franco y protegido después de Juan Pablo II. El papa polaco visitó a Pinochet en 1987, lo abrazó, le dio la comunión, lo cubrió de bendiciones y no le preguntó por las víctimas del régimen militar. El Vaticano se alió con la satrapía del El Salvador que persiguió sin pausa a los curas “populares”, y asesinó a monseñor Romero.
Hélder Cámara, obispo abanderado de los olvidados, se quejaba: “si doy comida a los pobres me llaman santo; si pregunto por qué no tienen ellos comida, me llaman comunista”. Ni santo ni comunista, Francisco habrá de escoger entre perpetuar el conservadurismo suicida de los dos últimos papas o recoger las banderas de Juan XXIII. Si lo primero, será la misma barca con el faro a sus espaldas.