12 de mayo de 2013

Milagros turísticos




Por Antonio Caballero


OPINIÓNAntes que religiosa la celebración es patriotera. Lo que cuenta no es que la madre Laura sea santa, sino que es colombiana.

Milagros turísticos.
Foto: León Darío Peláez / Semana
Hoy domingo el papa Francisco oficia en Roma la solemne ceremonia de la canonización de la madre Laura Montoya, y en la prensa nacional se ha desatado un fervor patriótico fuera de toda proporción. La primera santa jericoana, la primera santa antioqueña, la primera santa colombiana: ¡qué orgull
o para nuestro país! Viaja a Roma a asistir a la ceremonia el presidente de la República, acompañado por una nutrida comitiva. 

Se publican folletos, se fabrican carrieles, se venden estampitas piadosas con la imagen de la nueva santa. Y me parece a mí que no es para tanto. No son para tanto, para empezar, los milagros de la madre Laura. 

Entre las ‘curiosidades’ que enumera uno de los folletos dedicados a ella encuentro, por ejemplo, que una vez “estuvo a punto de ser apuñalada y se salvó ingresando por un portal abierto”. Milagro hubiera sido si dicho portal hubiera estado cerrado. Y en cuanto a los dos que por lo visto requieren los procesos de beatificación y canonización de una persona por parte de la Iglesia de Roma, los cumplidos por la madre son más bien rutinarios en el campo de la medicina. El primero fue la curación de un cáncer uterino, aceptada por Juan Pablo II en 2004. 

Y el segundo, al que le dio su visto bueno Benedicto XVI en 2012, tampoco parece cosa del otro mundo, aunque suene más complicado: la sanación de “una enfermedad indiferenciada del tejido conectivo traducida en artritis reumatoidea que se convirtió en lupus y posteriormente en polimiositis refractaria”. El paciente había sido desahuciado por los médicos, pero por intercesión de la madre Laura se curó, informa la prensa, “sin ninguna razón científica, como lo avaló el Vaticano”. Nada hay menos científico que el Vaticano, por supuesto; pero en asuntos de santidad cristiana ese es el aval que sirve.

Sin embargo lo propio de los santos no es únicamente hacer milagros, aunque los haya habido muy notables en el curso de la larga historia del cristianismo. La obra de la madre Laura Montoya, recia buena moza antioqueña, fue más pegada a la tierra. Dedicó su vida a la evangelización de los indios salvajes. Como ya no quedaban en su Jericó natal, donde los antiguos quimbayas habían sido por completo exterminados o por lo menos catequizados, se fue a buscarlos a las selvas del Urabá antioqueño, todavía inexploradas en ese entonces (primeros años del siglo XX). Luego incursionó en los Santanderes. Y hoy la orden de monjas doctrineras que fundó se expande por veinte países, en América, Europa y África. Admirable, sin duda. 

Pero desde un punto de vista laico cabe preguntarse si esa obra de la madre Laura y sus ‘lauritas’ que consiste en convencer a los infieles de que abracen la fe cristiana es verdaderamente una buena obra. O si no se trata más bien de una intrusión indebida y tal vez condenable –y sin duda condenada por cualquier antropólogo– en culturas ajenas que tienen derecho a ser respetadas. 

Se supone que Colombia es un país laico: y es precisamente en torno a ese principio que se ha dado la discusión sobre si las convicciones religiosas del procurador general deben o no interferir en sus pronunciamientos jurídicos. No parece coherente entonces que el presidente (acompañado entre otros por ese mismo procurador) viaje oficialmente a tomar parte en una celebración estrictamente religiosa. 

Pero es que, como dije al principio de esta nota, antes que religiosa la celebración es patriotera. Lo que cuenta no es que la madre Laura sea o no santa, sino que es colombiana. Y por eso, como subproducto de esa visión patriotera, más que las virtudes cristianas de la madre, importan los efectos prácticos que pueda tener su canonización sobre la industria del turismo local de Jericó: en la afluencia de peregrinos y la venta de estampas y llaveros y camándulas y estatuillas de pasta y carrieles de piel con la efigie robusta de la nueva santa. 

Y no creo que haya que hacerse demasiadas ilusiones al respecto: la casa natal de la madre no va a tener para el suroeste antioqueño el mismo poder de imán que tiene la gruta de Lourdes para el suroeste francés, para poner un ejemplo. Recuerdo las grandes esperanzas de esta misma índole turística que se despertaron hace unos años cuando se inauguró la estatua del Pibe Valderrama en su Santa Marta natal: en contra de lo previsto, la ocupación hotelera no creció.

Tomado de: Semana.com