21 de septiembre de 2013

Algo más sobre los esbirros de la guerrilla....


Por Koestler

Dado que se descubrió una lista interminable de lacayos de la guerrilla, que atacan injustamente a la policía nacional, queremos colaborar con unos ejemplos de críticas injustas elaborados por "pasquineros ignorantes" que sólo saben calumniar a los abnegados "héroes de la patria." Y como muestra de lo dicho, brindamos un artículo de un desconocido periodista, que se atrevió a emborronar cuartillas en una revistilla de provincia..

Toma como referencia a un poetilla de ninguna importancia, un tal "Federico García Lorca", feliz y muy justicieramente asesinado por la Guardia Civil Española durante la época del proto demócrata Francisco Franco, adalidad de la libertad, la democracia y la religión católica.

El desafío
Antonio Caballero

Mil palabras por una imagen

..."no es necesario recurrir a los versos de García Lorca para saber lo peligrosas que pueden ser las fuerzas represivas del Estado". Antonio Caballero discute la imagen de una joven que desafía sin armas a las armas del poder.

Por: Antonio Caballero

Publicado el: 2013-09-09, en la Revista Arcadia.


 
En esta foto, tomada durante las manifestaciones de apoyo en Bogotá al paro agrario de finales de agosto, una bella mujer se burla de la autoridad constituida. La autoridad en este caso es el temido ESMAD, Escuadrón Móvil AntiDisturbios: esos pesados escarabajos negros venidos de la guerra de las galaxias que bajo el gobierno Justo, Moderno y Seguro del presidente JMS han reemplazado a los policías de bolillo y silbato de los parques de mi infancia. Los pintó García Lorca en su “Romance de la Guardia Civil”: 



Tienen, por eso no lloran,

de plomo las calaveras.
 


Con más detalle describe sus armaduras de negros crustáceos ciegos el comandante de la fuerza. Son, le cuenta a un periodista, “totalmente ergonómicas, con un overol retardante al fuego, guantes, pasamontañas, botas de media caña y un equipo protector de golpes compuesto por un casco, protector pectoral, protector de brazos, antebrazos, dorso de la mano, cadera, coxis, muslos, rodilla, tibia, peroné, empeine y protector de genitales. Además, chaleco a prueba de balas, máscara antigás, un bastón tonfa (que es el viejo bolillo de madera de los policías de mi infancia, rediseñado sobre modelos de artes marciales del Lejano Oriente), fusil lanzagases y medios técnicos”. 



Todo de importación, sobra decirlo (ver artículo de Daniel Coronell en la revista Semana). En esta foto no se ve todo eso. Lo tapa el único elemento del armamento de estos ninjas del Japón medieval, de estos robocop del Detroit del futuro, que su comandante no menciona: el gran escudo de plástico templado que los cubre desde los ojos hasta las rodillas, alto y ancho y ligeramente recurvado como el de los legionarios romanos de la antigüedad. 



Estos escudos del ESMAD, como los de las legiones de Roma, se cierran formando un muro impenetrable como el caparazón de una tortuga. Sobre esa sólida pared pinta esta mujer, pasando de corrido de unescudo al siguiente, su grafiti insultante con pintura roja encima del letrero negro y amenazador de POLICÍA POLICÍA POLICÍA POLICÍA POLICÍA, que por lo que se ve no le inspira ni temor ni respeto. Se tapa las narices y la boca con un pañuelo rojo y blanco para los gases lacrimógenos; se cubre, para mostrar su solidaridad con los campesinos del paro, con una ruana ligera, urbana, de diseño, de rayas y de flecos; se inclina sobre sus largas piernas forradas en bluyins de buena marca extranjera para escribir sin prisas, tranquilamente, insolentemente:
CERdoS 
 

Se necesita valor. Porque no es necesario recurrir a los versos de García Lorca para saber lo peligrosas que pueden ser las fuerzas represivas del Estado. Para los grafiteros, basta con recordar noticias recientes sobre asesinatos policiales en Bogotá o Miami. Y en cuanto a los desmanes del ESMAD, todavía circulan de teléfono a teléfono los videos del paro agrario que los muestran, aunque el comandante de la policía de Bogotá eluda la evidencia declarando que “los policías eran los primeros conscientes de lo que se venía presentando en redes sociales para desprestigiar a la institución”. La frase parece calcada de una del presidente Julio César Turbay en los tiempos de las torturas del Estatuto de Seguridad: “Los detenidos se autotorturan para desprestigiar a las autoridades”. 



La foto de esta audaz grafitera bogotana, firmada por Cristian Álvarez, la publicó el diario El Nuevo Siglo en la primera página de su edición del domingo 1 de septiembre. Pero en una esquinita, y en dimensiones, en mi opinión, indignas de su importancia. Es un testimonio del desafío sin armas a las armas del poder de tan gran elocuencia como el que han dado tres famosas fotos de prensa del último medio siglo. La de un muchacho rubio que ciega con claveles el cañón de los rifles de la Guardia Nacional en Washington durante las manifestaciones contra la guerra de Vietnam en 1967. La del joven Daniel Cohn-Bendit que se le ríe en las narices de hierro a un policía antidisturbios durante la revuelta estudiantil de mayo de 1968 en París. La de un manifestante en mangas de camisa que se planta ante los tanques en la plaza Tian’anmen en Pekín en 1989. La foto de la grafitera es del mismo calibre. Merecía página entera. 

*Imagen del paro agrario publicada en la primera página de El nuevo Siglo el 1 de septiembre.

Nota Aclaratoria:  

ROMANCE DE LA GUARDIA CIVIL ESPAÑOLA:

Representa  el  ataque  y  la  destrucción  de  un  poblado  gitano  por  parte  de  la  guardia  civil  en  una  noche  de Navidad. Alude a la tradicional enemistad entre los gitanos y la guardia civil, debido a una serie de persecuciones de las que fueron objeto. Este poema viene a culminar toda la  serie de referencias  negativas,  anteriores, a la  guardia civil.
Secuencia: la guardia civil a caballo; el poblado gitano y la actividad habitual en él; el presentimiento del ataque a los gitanos; se alude a la fiesta gitana de Navidad; se  presiente la desgracia; final:  el ataque de la guardia civil con fuertes escenas de violencia y miedo.


17 de septiembre de 2013

Bojayá, Boyacá, Bogotá: ¡qué más da!



Por Koestler




Definitivamente los colombianos estamos en manos de bandidos. Los más poderosos, ¡con uniformes! En Bojayá, guerrilleros y paramilitares, sin respeto por la vida de los civiles se enfrentaron hasta que se produjo el resultado de todos conocido: una masacre de personas indefensas que corrieron a esconderse en una iglesia.
En muchos lugares de la patria, paramilitares con el apoyo directo o cómplice de militares y policías, de políticos y gobernadores o alcaldes, cometieron infinidad de crímenes, muchos de ellos masacres.
En Boyacá, para no ir muy lejos en el tiempo, durante el paro agrario, los “representantes del orden” cometieron infinidad de tropelías contra los civiles: hombres, mujeres y niños. Igual se presentaron crímenes de estos en Norte de Santander, Cauca, Nariño, etc. Sólo basta mirar la infinidad de testimonios gráficos que subieron al Facebook los ciudadanos.
En muchos de ellos se veía como los “representantes del orden” (policías y militares) también se disfrazaban, mezclaban entre los manifestantes e iniciaban las actividades de destrucción de la propiedad privada y pública con el único fin de desviar la atención y desprestigiar las luchas populares.
¡Y de agudizarlas, para poner en entredicho al gobierno nacional! Una clara maniobra de los mandos militares y policiales con el fin de desestabilizar al gobierno de Juan Manuel Santos.
Pero lo de Bogotá ya es un claro ejemplo del desprecio que las fuerzas armadas sienten por la población civil. ¡Seis personas asesinadas! ¡Sí! ¡Asesinadas! Vilmente asesinadas.
Usaron gases prohibidos por la convención internacional contra armas químicas. Y no es un caso aislado.
Lo hacen a diario contra comunidades de estudiantes, indígenas, mujeres, trabajadores urbanos y rurales: contra toda protesta social.
Es diciente el silencio del ministro de la guerra, Juan Carlos Pinzón, que ahora y siempre, frente a los atropellos y crímenes que cometen sus tropas. Frente a la masacre de Bogotá. Frente a muchas otras. Si en combate con las guerrillas mueren militares, se desgañita gritando que son criminales, ocultando que el gobierno no quiso alto al fuego, sino que exigió que las negociaciones se realizaran bajo condiciones de guerra. Y guerra es guerra. Se mata y se muere. No hay diferencia alguna entre un bombardeo a un campamento, cuando los guerrilleros duermen, y el uso por parte de la guerrilla de bombas y otros artefactos para atacar al ejército, salvo que son más eficientes y destructoras las armas del ejército. Pero a mansalva actúan ambos. Usando el factor sorpresa. De lo cual ninguno tiene derecho a quejarse.
Volvamos a lo de Bogotá, a lo del amanecedero o club nocturno que fue atacado por la policía. Independiente de  las irregularidades existentes en dicho establecimiento, de que fuera ilegal su funcionamiento, o, aún casos más graves, de ninguna manera es tolerable la forma como actuó la Policía. Que, de paso, no es sino un ejemplo más de la arbitrariedad y sevicia con la que actúa contra los civiles. Ahora buscarán lavarse las manos echándole la culpa a unos cuantos policías, y de pronto un oficial de bajo escalafón. Pero el problema es más grave.
Este acto es la expresión de las órdenes que les dan sus superiores nacionales a la organización armada. Aquí los verdaderos culpables son los mandos militares y policiales. Y se les debe aplicar el mismo racero que usan con los jefes nacionales de la guerrilla: ¡los hacen culpables de las acciones de los hombres bajo sus órdenes! Y las instancias judiciales aplican este criterio. En cualquier país decente, o medio decente ya habrían tenido que renunciar. Sin excusas. Son culpables por una simple razón: han querido hacer de las fuerzas de seguridad del país un grupo de criminales agresores contra la población que deberían defender.